Ya no vive nadie en ellas

Ya no vive nadie en ellas

Como reza la oda del vate español Vicente Medina, musicalizada por el maestro Jorge Molina Cano, de Medellín, “Ya no vive nadie en ella”, así están hoy los viejos partidos colombianos; Liberal y Conservador, sin que ya nadie, al menos gente decente, quiera estar en ellos. 

Parodiando su letra centenaria: “Todo ha muerto/ La mística y el servicio/ Los que fueron ejemplo de honestidad y valores/ Se marcharon, unos muertos y otros hastiados de tanto robo y vulgar escándalo/ Jurando nunca más volver a ellas/. 

Las reformas democratizadoras adoptadas a finales de 1980 y en la Constitución de 1991, fueron determinantes para la desinstitucionalización del sistema de partidos que, después de 150 años de hegemonía electoral, poco a poco fueron perdiendo su dominio hasta la victoria en el 2002 de Álvaro Uribe Vélez quien, capitalizando en provecho propio la instauración de un Estado mesiánico, puso punto final a los partidos tradicionales. 

A partir de ese momento y previa aprobación de leyes, cada vez que lo requirieron, se volvió común el abandono de los partidos buscando unirse a otros que les garantizara mayores posibilidades de reelección, lo que se ha conocido como trasfuguismo y el cual acaba nuevamente de ser aprobado en la discusión de la actual reforma política. 

Sin lugar a dudas el Frente Nacional, pactado en 1958 hasta 1974, entre liberales y conservadores que garantizaba una distribución igualitaria en puestos públicos durante 16 años, debilitó ostensiblemente a estos partidos que empezaron a sufrir su fragmentación. 

Es un hecho cierto que las democracias son impensables sin la presencia de fuertes partidos políticos y en países como el nuestro, en donde los partidos son débiles y sus sistemas se descomponen, las democracias sufren problemas serios de gobernabilidad. 

Con la erosión de estos se dio paso al multipartidismo que le permitió a la izquierda su reorganización, alcanzando la presidencia que hoy por primera vez ostenta. 

Los actuales congresistas elegidos bajo los rótulos, liberal y conservador, obedecen sin disimulo alguno las órdenes impartidas desde la Casa de Nariño, pues, ahítos de mermelada, aprueban a pupitrazo limpio los proyectos puestos a su consideración. 

En la reciente aprobación de la Reforma Tributaria, César Gaviria como jefe único de la colectividad presentó a su bancada 11 líneas rojas como condición para acompañarla, las cuales fueron totalmente desobedecidas y por el contrario, contaron con el voto afirmativo del liberalismo. 

Igual, el Partido Conservador declarado partido de Gobierno, viene actuando a espaldas de sus grandes dirigentes, quienes tampoco son valorados y respetados por su colectividad. 

El país, una vez más, fue testigo de la clásica jugada de los políticos tradicionales que, acorralando al gobierno de turno, valorizan su acompañamiento para así obtener mayor participación en él y en el abultado y codiciado presupuesto nacional. 

Todo lo edificado hasta el presente, pese a sus errores, se lo debemos a las dos grandes colectividades históricas, las que hoy han dejado de actuar en función de los verdaderos intereses nacionales. 

El espacioso sepulcro cavado por Gaviria, “Jefe Único” del Partido Liberal, permite recibir la osamenta, igual de corrupta del Partido Conservador y, sobre su losa, entronizar la figura cimera del senador caldense Mario Castaño, campeón incuestionable de la corrupción congresional. 

Hoy, el sistema político nuestro está basado, no en ideologías sino en personas. 

Se es liberal, conservador o militante de otra escuela, por los beneficios pactados al momento de recibir la ansiada credencial. 

Son los partidos, vehículos electorales de unos vivos, que se aprovechan de la ignorancia de los muchos, creándose una simbiosis tóxica en la que los candidatos tienen su caudal electoral, pero necesitan una personería jurídica que los avale, mientras los partidos requieren otorgar avales a figuras con votos, así estas sean cuestionables y afecten su imagen, para mantener su vigencia electoral. 

Los partidos son instrumentos temporalmente útiles que se intercambian o se descartan con la misma facilidad que se escogen. 

En este gobierno del cambio, ya lo dijimos, vuelve el trasfuguismo, que no es otra cosa distinta que la traición que se le hace al partido que lo eligió, para pasarse a otro y así obtener beneficios personales, es decir, se cambia de fuerza política como parte de una estrategia para conseguir un objetivo mayor. 

Para concluir, no existen liberales, ni conservadores ni militantes de partido alguno, lo que existe hoy son oportunistas de “acendradas virtudes de servicio”.

Alberto Zuluaga Trujillo 
alzutru45@hotmail.com

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