LOS DIFUNTOS

LOS DIFUNTOS

Una de las costumbres más antiguas dentro de nuestra cultura son los entierros, ese día el cuerpo del difunto era revestido con un traje a manera de hábito, con su mejor traje o simulaban el de un monje franciscano, dicho hábito se denominaba escapulario de la virgen del Carmen, que en la religión católica era la santa patrona de las ánimas del purgatorio, a quien se le encomendaba el alma del difunto en su paso al más allá.

En los entierros “de primera”, los coristas interpretaron música fúnebre sacra del repertorio universal W.A. Mozart, Pergolessi, cantatas de Bach y el ave María de Schubert, y los de segunda o más limitados se escuchaban los rezos del sacerdote y algunas canciones populares acomodadas con música religiosa.

Los sacerdotes asistían al encuentro del cortejo fúnebre revestidos con capa pluvial de luto en procesión precedida de una cruz romana, entonaban rezos en que oraban para que el difunto fuera liberado de las puertas y las llamas del infierno. La procesión iba desde la casa del difunto o de la casa funeraria hasta el templo.

Terminada la ceremonia religiosa en la iglesia, los sacerdotes acompañaban al difunto hasta enterrarlo y le rezaban incluyendo algunas buenas palabras para que este se fuera de este mundo terrenal en buena forma.

Al difunto lo transportaban en carro mortuorio hasta el cementerio, en donde lo enterraba en una fosa de propiedad del mismo difunto y si su capacidad económica no le alcanzaba en fosa común, el sacerdote hacía un rezo y despedía al difunto de este espacio terrenal y pasaba su cuerpo a estar bajo tierra y el alma se lo encomendaba al altísimo, sus familiares y amigos se despedían unos dándose la bendición, enviándole un beso al difunto o le ofrecían un clavel o un rosa. La costumbre era enterrar en bóvedas y retirar los restos a los cuatro años; después llevados a osarios donde permanecían a perpetuidad.

En la velación y entierro se reunían amigos y familiares, unos rindiéndole homenaje a quien no volverían a ver, otros comentando experiencias vividas y los más osados contando lo divino y terrenal que le había ocurrido en vida, comentario va y comentario viene y se contaban cuántos ramos llegaban, y que tan popular y querido era en la comunidad.

La ropa de luto negra y morada, la llevaban por un año. Las madres, viudas y demás dolientes expresaban con esos colores su dolor. Los varones, sino llevaban vestido negro, expresaban su señal de duelo con una cinta negra de raso ceñida al antebrazo izquierdo.

Después del sepelio, las familias siguiendo una tradición realizaba una novena, durante los nueve días siguientes a la inhumación hacían un rezo diario denominado: “Novena y padrenuestros por las benditas almas del purgatorio” donde los demás parientes y amigos visitaban la casa del difunto para rezar junto con los dolientes, algunos llevaban alimento para apoyarlos, pues no se sentía ánimo de hacer de comer.

En las novenas, los rezos en casa del difunto eran entonados por matronas ataviadas con mantillas negras que, en coro lúgubre y monótono, entonaban el “Réquiem Aeternam, dona eis Domine”, a lo cual otras responden:” Et lux perpetua luceat eis” y todas en conjunto: “Requiescat in pace”, los que no entendían lo decían como se pudiera entre dientes.

El luto se llevaba y los vecinos y amigos respetaban, inclusive no se hacían parrandas, fiestas ni reuniones con bulla mientras vivían este periodo, todos decían “es que allá están de luto”.

El pésame o manifestaciones de condolencia eran expresadas en lujosos pergaminos llamados sufragios, ilustrados con imágenes religiosas que representan el dolor de la pasión de Cristo. En ellos se lee que por esa compra se ofrecerán misas diarias por el eterno descanso del difunto, la comercialización de los sufragios lo hacían en los almacenes parroquiales que tenían por muchos años su almacén en la casa cural, también existían las visitas de pésame, donde se visitaba la familia del fallecido

Además, las personas eran muy respetuosas de sus difuntos, si la familia no tenía dinero, se hacían recolectas para ayudarlos en los gastos de entierro, existían otros que no se perdían velorio, igual había otros que compraban con anterioridad su ataúd y lo guardaban en el zarzo de la casa mientras les llegaba la hora, iban donde el carpintero este les tomaba la medida y les hacía un ataúd, lo que hoy es el prepago del entierro, pero sin guardar el ataúd en la casa.

Hoy y con esta situación de pandemia, nuestros difuntos los vemos entrar en la clínica o a la casa funeraria y solo los volvemos a ver cuándo los incineran y le damos el adiós casi en forma secreta, y prometemos llevarlos en nuestro corazón como los conocimos. Recemos por ellos y por nuestro proceso de vida, al final estaremos allí.

OSCAR VELÁSQUEZ NARVAEZ

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