Liberando mi paso por el Colegio

Liberando mi paso por el Colegio

 Por Andrés García
@andresgarciapei

Según expertos en Neurociencia, las creencias configuran los pensamientos. Estos a su vez, crean emociones. Pensamiento y emoción conducen a tomar decisiones las cuales, en últimas, definen a las personas. Por consiguiente, si quieres que tus actos alcancen la estatura de tus mejores pensamientos, cambia las creencias. Parece simple. No lo es. Tampoco imposible.

Muchas de las creencias que tenemos se forman de la manera más conocida en la que la mente humana opera: Por repetición. De allí que los profesores insistan en que los estudiantes escriban, una y otra vez, los conceptos hasta apropiarlos. Cuando la persona escribe, aprende dos veces. Legado de la Educación 1.0, dicha repetición refuerza los circuitos neuronales que luego se activan y reproducen automáticamente lo aprendido. La conducta humana actúa en modo piloto automático respondiendo a un modelo de comportamiento que poco o nada tiene que ver con un acto consciente.

El modo automático propicia que las personas traigamos de manera recurrente el pasado al presente, en especial situaciones que dejaron huellas mnémicas profundas, dependiendo de su calibre emocional, definiendo la manera en cómo reaccionamos, haciéndonos creer que somos conscientes de nuestras decisiones cuando en realidad solo reproducimos la misma vieja canción, con el mismo sonsonete y obteniendo los mismos resultados.

Continuamente me observo. Monitorearme me ha llevado - después de años de practicar el Mindfullness o la denominada concentración plena - a detectar que, como todos, he arrastrado conmigo emociones pasadas que hoy no tienen lugar en mi vida. Debo confesar, por ejemplo, que no guardo los mejores recuerdos de mi tránsito por el colegio. Para mi fortuna, conté con un grupo muy valioso de amistades excepcionales, con el que avancé en aquella etapa de mi vida; sin embargo, existieron otros que proyectaron en el ámbito escolar modelos de un comportamiento agresivo, disfuncional, si alguien o algo no seguía al pie de la letra el guión aprendido en sus hogares y, aún peor, bajo la mirada permisiva de algunos docentes quienes no corregían dichas actuaciones.

Aquellos profesores, hombres y mujeres llamados a potenciar lo mejor del ser, debieron entonces comprender que el proceso de formación educativa no inicia ni menos concluye con el horario de clases, como tampoco se circunscribe a un espacio físico de cuatro paredes, exclusivamente. 

El universo de posibilidades para el aprendizaje, como la hora del descanso, la práctica de los deportes o los actos protocolarios, ofrece un cultivo de comportamientos que merecen la misma o mayor atención de los maestros, bajo el entendido que en el proceso de formación integral, todo cuenta, todo suma, todo es una narrativa que debe ser leída e interpretada. De nada vale aprobar con la mejor nota la clase de ética, si la conducta es cuestionable. De nada sirve saber multiplicar si la actitud, fuera de clase, le resta al grupo. 

Hoy comprendo que en aquel momento se necesitó, sin duda, la mano amiga de un docente atento, de un maestro conectado con la realidad de su entorno académico, de un profesor (a) comprometido, intrépido, lector de comportamientos, más humano, altamente sensible, capaz de colocarse en los zapatos de aquellos jóvenes, opresores y oprimidos, a fin de realizar un acompañamiento e intervención oportuna, asertiva - de la mano de las familias - hacia modelos pacíficos de convivencia, donde la inclusión, el respeto y el trabajo en equipo fuesen experiencias de vida del día a día y no simples ejercicios de clase, donde el reconocimiento del otro, en el otro y con el otro estuviesen basados en la potencialización de la complementariedad.

Mi invitación hoy a los maestros, padres de familia, instituciones, sistema educativo y sociedad en general es a que observemos, inspiremos, emocionemos y motivemos desde el ejemplo a los estudiantes para que aprendan a reconocerse en el otro, en sus diferencias y complementariedades, para que aprendan a mirar la vida desde diferentes puntos de vista y no únicamente el propio, a que aprendan a pensar y no enseñarles qué es lo que deben pensar, a que transmitan pasión por lo que les gusta y mejor saben hacer, desde el respeto y la comprensión del otro.

Menos memorización, más creatividad. Menos estatutos académicos, más atención a la manera como los estudiantes interactúan dentro y fuera de clase, dentro y fuera del hogar. Menos salones convencionales. Más aulas para el entendimiento y la convivencia diaria en nuestros colegios, en el barrio, microcosmos de la sociedad presente y futura. 

Quizás esta no sea la fórmula mágica para erradicar el Bullying de los colegios pero, sin dudas, nos conducirá a establecer - desde la escuela/familia y su entorno - las bases de una convivencia pacífica donde el día de mañana más adultos felices estén dispuestos a agregar valor a sus vidas y a la de los demás, adultos que hacen lo que aman y aman lo que hacen y no adultos a la defensiva, entrenados para no dejar que nadie pase por encima de sus intereses. Por eso hoy, a ese pasado en especial - desde el amor - lo libero y al tiempo, me libero. 

 Por Andrés García

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